Niños vestidos con ropa de adultos, descalzos, con sabañones, piojos, picados por chinches y pulgas; pelados al rape, lo que remarcaba su condición de “palomillas”, expresión que partió de un titular de prensa –“Las Palomas del Mapocho”– para derivar en palomillas o pelusas. Alfredo Ruiz-Tagle consigna todas esas maneras de llamar a “los niños vagos” en un libro que escribió junto con crear la fundación Mi casa, en 1948. Eso fue cuatro años después de que Alberto Hurtado diera vida al Hogar de Cristo, en octubre de 1944.

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Han pasado ocho décadas y el aspecto de lo que hoy llamamos “infancia vulnerada”,  no se distingue en nada del resto de los niños. Usan zapatillas similares, jeans, poleras y polerones con leyendas en inglés y personajes de la cultura pop. Nada externo los diferencia. La procesión y el daño que provoca nacer y crecer en pobreza van por dentro.

Alberto Hurtado murió de cáncer a los 51 años, superando la esperanza de vida, que, en 1950 en Chile, era de 50 para los hombres y de 52 para las mujeres. Hoy la vida se alarga en promedio hasta los 78 para ellos y hasta los 82 para ellas. Índices de país desarrollado, pero con una calidad de vida que nos hace preguntarnos si vale la pena tanto logro en longevidad.

Se estima que en el 2050 un tercio de los habitantes del país serán adultos mayores. Hoy, el 71% de quienes cuidan a personas mayores son mujeres, no reciben remuneración, la mitad son mayores de 60 años y trabajan de lunes a domingo. El costo de esa tarea equivale al 21% del producto interno bruto, según cálculos de Comunidad Mujer, más que lo que representan los sectores de la minería y la agricultura.

En 1940, el 42% de la población del país –que era de 5.023.539 personas– no sabía leer ni escribir. Fue en 1960, con el gobierno de Eduardo Frei Montalva y la perseverancia de Juan Gómez Millas como ministro de Educación, que la meta de lograr la total escolarización de los niños en Chile se consiguió. Hasta entonces, la educación secundaria era propia de una élite: sólo un 15% participaba de ella. Hoy, la cobertura es teóricamente universal, mientras que la educación terciaria supera el 57%. Pero sabemos que se están quedando en el camino unos 300 mil niños, niñas y jóvenes excluidos del sistema escolar, lo que equivale al número anual de egresados de enseñanza media, una generación completa, y pocos parecen comprender el desastre que eso representa para el país.

Escrito por, Juan Cristóbal Romero, director ejecutivo del Hogar de Cristo
Escrito por, Juan Cristóbal Romero, director ejecutivo del Hogar de Cristo

En estos 80 años de existencia de nuestra causa, hay nuevas y complejas formas de vulnerabilidad y pobreza. Y la experiencia de tres modelos innovadores del Hogar de Cristo nos demuestra que es posible superarla a través de soluciones colaborativas, audaces y transformadoras,

El Hogar de Cristo ha sido líder en la implementación del programa Vivienda Primero –Housing First, nombre original de una iniciativa social que nació en Nueva York en los años 90–. La casa es lo primero y lo central para que una persona deje la calle y recupere su vida y su dignidad. Eso ha pasado con cerca de un millar de hombres y mujeres desde 2019 a la fecha, gracias a la colaboración del Ministerio de Desarrollo Social y de otras instituciones sociales. Sin embargo, la falta de arriendo asequible y el limitado financiamiento estatal desafían el alcance de este programa.

Una pequeña parte de los niños, niñas y jóvenes que tienen vulnerado su derecho a la educación, encuentran en Súmate del Hogar de Cristo, y en otros colegios que han adoptado este camino, las escuelas, aulas y programas que les permiten reintegrarse a la educación y terminar su trayectoria escolar. Esto se logra con un modelo especializado, que considera las múltiples dificultades de los jóvenes y consigue que un porcentaje considerable de ellos siga estudios superiores. Una modalidad educativa que en 2021 se convirtió en ley, pero que es solo una ley de papel, pues aún no se garantiza su financiamiento.

En cuanto a los adultos mayores, nuestro modelo de atención domiciliaria es el camino para una sociedad que envejece y quiere permanecer activa. Lograr que las personas se mantengan el mayor tiempo posible en sus casas, a través de programas de apoyo que estimulen su autonomía y retarden su dependencia, son aspectos claves para mejorar la calidad de vida de los mayores en pobreza. Confiemos en que este programa de alto impacto, financiado en un 80% por la generosidad de miles de donantes, amplíe su cobertura a través de un mayor compromiso del Estado.

La diversidad y complejidad de la realidad social actual desafía al Hogar de Cristo a atreverse con nuevas soluciones que se adapten a los tiempos e incidan en la política pública, permitiendo la integración de quienes permanecen al margen de los logros de nuestro desarrollo, lo que es sello del humanismo social de Alberto Hurtado.

 

 

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