“…lo que importa no es el carruaje sino sus huellas descubiertas por azar en el barro…(Jorge Teillier, poeta chileno).
Editorial ZIG–ZAG publicó en Enero 2020 la séptima edición del libro “La Huella de Monte Verde”, del escritor chileno Manuel Gallegos Abarca, la primera apareció a fines del 2014. Esta novela, recibida con aplausos por la crítica, nos cuenta la historia a partir del descubrimiento arqueológico de un asentamiento humano, el más antiguo y completo de América, ubicado en Monte Verde, sector a 27 kilómetros de la Plaza de Armas de la ciudad de Puerto Montt, Región de los Lagos, Chile.
Basado en los artefactos encontrados por los científicos y sus antecedentes históricos, Manuel Gallegos nos introduce en la Edad del Hielo de hace 14.600 años. Describiendo el paisaje natural de la época, aborda con lujo de detalles la flora, la fauna, la hidrografía, la vulcanología y la meteorología de ese tiempo, como también la organización social del grupo humano, su cosmovisión, sus tradiciones, educación yesencial arquitectura.
Fiel a su trayectoria de escritor de obras de temática infantil y juvenil, Gallegos Abarca nos relata la historia a través de un niño de 12 años, Apo, el protagonista,quien nos sorprende y emociona en los diversos y entretenidos episodios del libro. El niño recorre los alrededores de Monte Verde junto a una mascota muy especial,un cachorro de gonfoterio, antepasado de la familia de los elefantes, bautizado por Apocon el nombre de Kon, huérfano al perder a su madre tempranamente y ambos cultivan una hermosa amistad, convirtiéndose en personajes principales en la novela. Particularmente bella es la imagen del primer encuentro de ambos en el bosque,en el que se “domestican” mutuamente, pierden juntos sus miedos uno del otro y descubren el gran tesoro de la amistad.De igual modo, en esta misma dimensión percibimos a otro personaje principal, Ayayama, la mujer central de la tribu, quien con el profundo conocimiento de la naturaleza y sus secretos, poseía el poder de la sanación a través de hierbas, sumos y emplastos en su papel de curandera. Tenía también la habilidad de contactarse con los antepasados y sus espíritus, las energías visibles e invisibles para intermediar por su gente. Su mayor riqueza y satisfacción era compartir sus palabras sabias y ser el reservorio moral de su grupo. La respuesta justa y oportuna, siempre mesurada, empática y comprensiva. Enseñaba nuestra “condición de hermanos con la naturaleza”, y todo ser viviente, los árboles, las plantas, los animales, las aves, los lagos, los ríos, el mar, además de orientar su existencia bajo los valores de la igualdad y hermandad.Los árboles, decía ella,son nuestros hermanos que habitan tres mundos: Las raíces en contacto con el agua y la tierra; el tronco en la superficie en contacto con otros seres y el ramaje que se eleva al aire y al cielo, a la vida superior. Por ello es necesario “ver, oler, degustar y oír a la naturaleza en todas sus manifestaciones”.Estas y muchas otras son expresiones de bella poesía que el autor nos regala de manera abundante.
No podemos dejar de lado una visión de género bastante desarrollada en la tribu:Ayayama dirigía, o mejor dicho, guiaba la vida del grupo,resguardando los valores y todo cuanto afecta a su comunidad, transmitiendo su rica cosmovisión y concepto de la vida y la muerte como parte de un todo.Cumplía el rol del consejo de ancianos tan propio delos pueblos originarios, quienes los respetaban por su edad, experiencias y sabiduría.
Apo, recibió desde la cuna la educación de su amorosa abuela Ayayama, a quien consideraba como una madre ante la falta de ésta.El clan concebía la división del trabajo pues cada tarea necesaria tenía un encargado(a) o especialista para esa función. Esto garantizaba una vida solidaria, de cooperacióny preocupación por los demás como única forma de subsistencia. Diremos entonces que, hace 14.600 años existió una sociedad cooperativa en Monte Verde. La hostilidad del medio no les permitía otra forma de vida. Algunos de sus miembros son ejemplo de esto. Ollapo (padre de Apo), líder del grupo, cazador jefe, recolector de alimentos y mariscador, forma equipo con los hombres mayores y más desarrollados físicamente;Koolik, fabricante de herramientas y armas, tanto de piedras como de maderas y profesor de los jóvenes;Ketco, diseñador y constructor de toldos;Kitcko, cuenta cuentos e historiador del grupo, narrador de las escenas de caza;Gotem, cocinero yencargado de los asados;Katal, actor que representaba personajes en las ceremonias y rituales donde todos participaban e imitaban a los animales y aves, se disfrazaban, pintaban el rostro y cuerpo con el sumo del maqui y bailaban al ritmo del golpe de piedras y maderos. La necesidad de las representaciones, ritos y fiestas,eran actividades incorporadas a sus vidas desde tiempos inmemoriales. Así, el teatro, el canto, la música y la danza son expresiones queel hombre practicaba desde hace más de 146 siglos.
Apo adquiere la destreza para hacer fuego gracias a su progenitor, quien le enseña que “el padre sol está oculto en los leños, y solo hay que saber despertarlo”. Muy pronto, Apoes el encargado de encender los fogones del campamento. Vive también su inicio como cazador saliendo con el grupopara aprender las habilidades de caza y el conocimiento de la naturaleza en directo. Estas salidas eran comunes y recolectaban frutos y plantas medicinales, elementos para sus herramientas y armas de caza. Llegaban hasta la costa, donde capturaban peces, recogían mariscos, algas y sal necesaria para la sazón y preservación de los alimentos. Apo, lo hacía todo con el asombro y la alegría de un niño frente a la naturaleza. Acogía los sabios consejos de su padre, su abuela y los mayores que le enseñaban a leer la naturaleza y sus secretos milenarios.
Los monte verdinos agradecían a los espíritus y dioses que regían sus vidas y los dones que de ellos recibían. Olom, padre sol, dios de la luz y el calor esencial para la vida. Generador del día y la noche;Tuyitama, madre-tierra, diosa de la fertilidad y la abundancia;Tumi, hermana luna. Todos los triunfos del clan tenían un acto de gratitud hacia ellos.
Como los pueblos originarios representan de alguna manera la infancia de la humanidad, con características tan particulares que nos mueven al asombro y también al deseo íntimo de que esa organización humana y social, desde sus bases, pudiera ser vivida por las sociedades actuales, como lo es la búsqueda del desarrollo personal y la mirada puesta en el bien grupal. Si hablamos de los albores de la historia, descubrimos en la comunidad Monte Verde la transparencia, la ternura y la inocencia manifiesta de los niños.
Sin embargo, su filosofía de vida no está exenta de buscar respuestas a las preguntas e inquietudes centrales de todo ser humano. Postula esta comunidad que cada uno de nosotros somos luces que estamos de paso en esta tierra y, al morir enviamos nuestra luz al universo para transformarnos en estrellas. Ha ocurrido este hecho con todos sus antepasados, por lo tanto vivimos acompañados, protegidos por las estrellas del cielo, que son nuestros seres queridos. Una hermosa manera de enfrentar la soledad.
La educación tiene un sitio relevante en estos primeros pobladores de América. La comunidad toda educa a sus niños y a sus jóvenes en las destrezas necesarias para la sobre vivencia, como también en las formas de relación más desarrolladas. Además del grupo que enseña a los jóvenes los distintos oficios, según sus inclinaciones, los padres también educan a sus hijos de una manera libre, sin proteccionismo.
Creen que no se debe castigar con la muerte. Usan medios disuasivos para solucionar las dificultades. Por lo tanto, crecen en el diálogo y la negociación.La responsabilidad en la toma de decisiones es compartida por el colectivo. No podemos pensar que no tenían diferencias generacionales,Apo las tenía con su padre Ollapo.
Tenían además su propio concepto de la evolución, observando la naturaleza con su flora y su fauna, postulan que el recogimiento de los mares permitió la migración de los seres vivos y la repoblación de la tierra. Agradecían, cantaban y danzaban a cada animal cazado por el aporte de su carne y su piel para la continuidad de la vida.
Creían firmemente en la importancia de vivir con el esfuerzo propio, no aprovechando el trabajo ajeno. Esto desarrollaba una gran dignidad frente a la actividad diaria y censuraban fuertemente el robo de todo tipo. El concepto de justicia lo ejercía el mismo grupo, en acuerdo mutuo, sin abogados ni tribunales.
Así como Apo y su amigo Kon, el cachorro de gonfoterio, cambiaron la mirada de su comunidad, a nosotros, lectores de este hermoso texto de Manuel Gallegos, sin duda también afectará nuestra mirada. Nos preguntaremos cuánto defendemos y protegemos la historia de nuestros antepasados, nuestros padres y hermanos que vienen caminando a través del tiempo y la historia. Ni siquiera le hemos abierto la puerta para invitarlos a conversar, compartir tantas dudas que nos rondan en estos tiempos de tecnología e individualismo. Ellos han estado siempre ahí, en el cuaderno de la tierra, con sus fósiles y despojos, sus códigos infinitos que nos hablan a viva voz sin que nosotros le prestemos atención. Ahora tenemos un conocimiento agregado. Ellos, nuestros antepasados, nos acompañan desde las estrellas. Ojalá, más allá de la impresentable desidia de nuestras autoridades de turno, respondamos con la alegría de los niños a este llamado de nuestra historia y nuestra sangre.
En uno de los informes científicos del descubrimiento del asentamiento de Monte Verde, se detalla la presencia de una huella de niño junto al fogón mayor. Manuel Gallegos Abarca nos dice que corresponde a la huella de Apo. Y yo le creo, porque para un gran escritor, tan solo basta una huella en el barro.