Empleados del servicio funerario Bergut reparten ataúdes a una tienda funeraria en Santiago, Chile, el viernes 19 de junio. (Esteban Felix/AP Photo)
Empleados del servicio funerario Bergut reparten ataúdes a una tienda funeraria en Santiago, Chile, el viernes 19 de junio. (Esteban Felix/AP Photo)

El día 24 de junio,  se  publico en  el sitio web www.washingtonpost.com  el siguiente artículo.

No fue hace mucho tiempo que el presidente chileno, Sebastián Piñera, se jactó de que el país estaba listo para el coronavirus. “Mucho mejor preparado que Italia”, fue como lo describió en marzo.

Y tras poner en cuarentena a la población, fortalecer los hospitales y aplicar agresivamente pruebas de diagnóstico, el país sí parecía estar teniendo éxito contra la pandemia. Con un sistema de salud relativamente avanzado, logró mantener el número de casos y muertes por debajo de países vecinos como Brasil, Ecuador y Perú. Para abril, las autoridades estaban pregonando sobre sus planes de distribuir un “pasaporte de inmunidad”, pionero en el mundo, que le permitiría volver al trabajo a los chilenos que se habían recuperado del COVID-19.

Pero al parecer se confiaron demasiado.

Tras varias semanas de aumentos de infecciones, Chile actualmente ha reportado más de 250,000 casos del coronavirus (séptimo en el mundo) y más de 4,700 muertes. Las autoridades afirmaron durante el fin de semana pasado que 3,000 muertes adicionales probablemente también habían sido causadas por el COVID-19. Sus 1,338.9 casos por cada 100,000 personas encabezan América Latina.

Así como en otros países, la epidemia en esta nación sudamericana de 19 millones de habitantes se ha propagado de los ricos hacia los pobres, incrementando la magnitud de su devastación a medida que infecta a los más vulnerables.

Los primeros casos se concentraron en un grupo demográfico más joven en las áreas más ricas de Santiago, lo que mantuvo las hospitalizaciones y la cantidad de muertes relativamente bajas. Eso llevó a las autoridades a creer que la epidemia estaba contenida. Pero en poco tiempo, el movimiento de trabajadores por toda la capital llevó el virus a los vecindarios más pobres y hacinados. La estrategia de imponer y flexibilizar cuarentenas “dinámicas” por zonas resultó ser un fracaso.

“El gobierno perdió una oportunidad al principio, cuando no hicieron lo suficiente para rastrear el contagio ni aislaron a los viajeros que regresaban en los suburbios más ricos del noreste de la capital, y luego flexibilizaron la cuarentena demasiado rápido”, afirmó Ximena Aguilera, una epidemióloga que forma parte del comité asesor sobre el coronavirus de Chile.

“La apuesta se basó en que serían capaces de frenar temprano la propagación del virus”, afirmó Aguilera. “Pero la estrategia se enfocó de manera desproporcionada en la atención hospitalaria, cuando el aspecto social es igual de importante”.

La pandemia llegó a Chile luego de varios meses de protestas contra el aumento de la desigualdad. El movimiento, que definió una era, arremetió contra lo que los protestantes afirmaban era la distribución desigual de las ganancias obtenidas por el rápido crecimiento del país en décadas recientes. Esas diferencias han quedado aún más expuestas por el coronavirus.

“Aunque le guste pensar lo contrario, el código genético de Chile es muy latinoamericano, y sus ciudades están muy segregadas”, afirmó Dante Contreras, economista de la Universidad de Chile. “Parte de la población vive en el primer mundo y el resto en el tercer mundo; aun cuando todos vivimos a pocos kilómetros del otro”.

“Tanto el movimiento social como la pandemia han arrancado un velo, y ha dejado en evidencia un país muy diferente a ese en el que la élite de Chile pensaba que vivía”.

La tasa de mortalidad del coronavirus en los hospitales públicos de Santiago ha sido el doble del de las clínicas privadas de los sectores ricos y alejados del noreste de la capital. Los investigadores revelaron en un reciente estudio publicado en The Lancet que Santiago es una de la capitales más desiguales en términos de esperanza de vida en América Latina.

Por el valle inclinado de Santiago, en Lo Hermida, un barrio densamente poblado famoso por su solidaridad y autogestión, las políticas de aislamiento diseñadas para la clase media y alta de Chile parecen irrelevantes. El consejo inicial era que aquellos que contrajeran el virus se aislaran en habitaciones separadas y bien ventiladas, y se abstuvieran de compartir baños con otras personas.

Eso sencillamente no es posible en familias donde diferentes generaciones viven juntas en espacios confinados

“¿Dónde se supone que se van a aislar estas personas?”, preguntó María Araneda, organizadora comunitaria en Lo Hermida. “Si uno de nosotros contrae el virus entonces todos nosotros lo tendremos, porque simplemente no podemos irnos a otra habitación”.

Para agravar más el riesgo, dijo Araneda, muchos en el barrio trabajan en el sector informal y no tienen ahorros o pensiones de los cuales depender. “Las personas se ganan su sustento día a día, vendiendo lo que tienen en los mercados o trabajando donde puedan”, afirmó Araneda. “Quedarse en casa simplemente no es una opción, porque si la gente no sale a trabajar, no come”.

Las escuelas y universidades han cerrado sus puertas y trasladado sus clases a interfaces en línea, pero muchos estudiantes no tienen acceso a internet de alta velocidad.

Jaime Mañalich, quien renunció este mes al cargo de ministro de Salud de Chile en medio de un aluvión de críticas, reconoció que no había determinado la magnitud de la pobreza y la sobrepoblación en algunas partes de Santiago.

Cuando el gobierno pasó en mayo de cuarentenas localizadas y dinámicas a una clausura total de toda la ciudad, se generaron furiosas protestas por hambre en la comuna del sur de El Bosque. Los residentes del lugar ya tenían más de un mes en cuarentena, y los ingresos habían empezado a agotarse.

El gobierno aceleró el lanzamiento de un programa de asistencia alimentaria nacional, pero su enfoque limitado —y sus entregas ostentosas acompañadas de camarógrafos— han suscitado críticas.

Araneda describió las cajas de alimentos del gobierno como “banditas adhesivas”. Sigue dirigiendo un programa de cocina comunitaria el cual, dos o tres días por semana, prepara comidas para la población de Lo Hermida de alimentos donados.

Se han anunciado varios paquetes de estímulo para aquellos que están teniendo dificultades durante la cuarentena. Pero según Aguilera, la epidemióloga, solo le están llegando a parte del problema.

El gobierno estableció una fecha para empezar a emitir los pasaportes de inmunidad, pero dieron marcha atrás rápidamente cuando la Organización Mundial de la Salud aconsejó no hacerlo, tras afirmar que no había un vínculo comprobado entre la recuperación y la inmunidad.

Mientras los casos en la capital seguían disparándose, los llamados del gobierno para un retorno gradual a la normalidad dieron paso a lo que empezó a conocerse como “la batalla de Santiago”. El centro comercial volvió a cerrar sus puertas.

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El 20 de junio, Piñera aprobó una legislación para incrementar hasta cinco años de prisión la pena por violar las restricciones de cuarentena.

Con el invierno tocando la puerta, los chilenos enfrentan ahora meses de cuarentena. Al mismo tiempo que Chile superaba a Italia en cantidad de casos, nuevos datos publicados esta semana ofrecieron un atisbo de esperanza: su curva podría estar finalmente empezando a aplanarse. Las autoridades están pidiéndole a los chilenos que no bajen la guardia.

El referéndum constitucional ganado por los manifestantes hace unos meses ha sido postergado hasta octubre. Se espera que el proceso convoque nuevamente a la gente a las calles para protestar por las condiciones que han quedado aún más expuestas por la epidemia.

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