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Hace unos años atrás, Humberto Maturana nos legó la propuesta de incorporar tres nuevos derechos humanos, acorde a la dinámica de los tiempos y de las relaciones humanas: el derecho a equivocarse, el derecho a cambiar de opinión y el derecho a irse de un lugar sin que nadie se sienta ofendido. Magníficos derechos que amplían nuestro margen de libertad y de conciencia en el intercambio cotidiano con uno mismo y con los otros.

A propósito del cumpleaños de mi papá y del gozo que hemos compartido muchísimo más más allá de los espacios familiares; hoy quiero proponer el Derecho a la Celebración.

Celebrar nos planta en el aquí y el ahora: podemos mirar la realidad del momento y eso que está pasando nos parece fenomenal: que naciste, que triunfase, que lo hiciste, que lograste… pero por sobre todo que estás aquí, aquí para celebrarlo. Celebrar es detener el tiempo para festejar lo que el tiempo nos ha dado, nos ha quitado o nos ha traído. Festejar es estar ahí con la alegría casi casi sin causa. Celebrar está en la esencia del espíritu de la tribu: juntarnos para alegrarnos por algo o por alguien. Ser parte del grupo, siendo parte de la alegría de otro. Y cuando comulgamos en la alegría, se nos hace evidente lo evidente: somos seres humanos aspirando a tener motivos para celebrar. Motivos de realización, motivos de felicidad, motivos de satisfacción, motivos de abrazo emocionado. La celebración nos convoca a un momento del que es imposible restarse, la celebración nos re-une.

Asumir la celebración como un derecho es invitarnos a pararnos en la vida desde la mirada del que otea al horizonte, confiando en todo lo que venga, sea lo que sea, intuyendo la bondad inmanente en  la lógica infinita de que lo que trae cada nuevo momento a momento,  está preñado de misterio y vitalidad.

Hemos perdido la costumbre de celebrar, sumidos quizás si con demasiada insistencia en el eco del lamento y la queja. Es verdad que la queja muestra lo que nos duele; sin embargo, la celebración revela lo que nos emociona, lo que nos conmueve. Nos quejamos hasta mecánicamente, celebramos no solo por invitación, sino principalmente por opción. Los hay quienes siempre encuentran motivo para quejarse o lamentar, y  vaya si se hacen notar. Los invito a mirar el día, los días con ojos limpios y confiados y descubrir en el devenir de las horas, las fechas, los recuerdos que nos recuerdan y nos desempolvan el alma múltiples motivos para celebrar. Celebrar cerrando los ojos un segundo, inclinando la cabeza y agradeciendo sin que nadie nos vea; celebrar poniéndonos en el lugar del que no celebra o no logra ver con claridad, celebrar y aplaudir para que los aplausos espanten a los malos espíritus que conspiran para que lo que está resultando deje de resultar, celebrar por hinchar la pelotas no más, celebrar de cuando en vez, tirando la casa por la ventana. Unirse el viejo Walt Whitman y elevar como un rezo memorizado en catecismo de la vida: “Me celebro y me canto a mí mismo…”

 

SOL QUINTANILLA FLORES

Psicóloga Transpersonal, Profesora de Lenguaje y Comunicación,

Diplomada en Psicología Clínica

Diplomada en Psicología Transpersonal y Técnicas de Terapia Gestalt

Maestría en Psicología Jungiana, otorgada por la Escuela de Psicología de Buenos Aires y formación como Terapeuta Transpersonal en la misma Escuela.

Meditadora, con formación en la Oneness University de la India.

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