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 “Yo solo quería obligarlo a comer”, declara la abuela que asesinó a golpes a su nieto de siete años. El momento es caótico, entre la prensa que se abalanza, la gente que grita…. Y la voz de la abuela, llorosa, pero potente, enarbolando la obligación como justificación.

Estamos habituados a obligar. Nobleza Obliga.

Obligados a levantarnos cada día a hacer “por obligación” deberes y acciones que no nos gustan, nos incomodan o sencillamente nos arruinan el alma. Resignados a la obligación.

Reconociendo que, como adultos, debemos hacernos cargo de la molestia que en ocasiones nos provoca una acción o un deber con el que estamos comprometidos, también no es menos cierto que el argumento de la obligación nos permite poner en el escenario nuestro lado tirano, juezyparte, el pequeño dictador que nos habita desde la sombra. Y, como tristemente lo evidencia el hecho de violencia a que aludimos en la primera línea, los soldados más a la mano para enviar al campo de batalla de la obligación, son nuestros niños, los cachorritos de la tribu, criados a la sombra del lado oscuro de la fuerza, obligados a ser como nuestra confusión los obliga.

Lo contrario a la obligación es la libertad. La libertad de ser, de querer, de pensar, de actuar, de elegir, de crecer, de movernos hacia donde nos mueve nuestra luz, de ir, de volver, de negarnos a comer….

Educar a partir de la obligación es educar para el encarcelamiento. La negación de la libertad de decidir sobre lo que comemos y nos tragamos como ostias sagradas, sin derecho a escupir o pasar de largo. El que obliga niega al otro como legítimo otro, es decir, lo despersonaliza. El que obliga no dialoga, imparte órdenes. Lo ordenado como sinónimo de lo correcto, en aborregada y aburrida perfección de lo que no tiene sentido porque carece de alma y razón. Nada hay más ordenado que los cementerios de cruces infinitas de aquellos anónimos que cayeron siguiendo la obligación de defender una idea, un dogma, una orden del que -en todo caso- jamás estuvo en la línea de combate.

Obligar a un niño es claudicar. Es renunciar al amor como energía que nutre, orienta y sostiene las acciones. Obligar a un adulto es lo mismo.

El que obliga ofende. El que se obliga, renuncia.

Educar-nos para la libertad de ser es el desafío que nos espera tres pasos más allá de los barrotes de la obligación asfixiante y sinsentido. No hay nobleza posible en ningún acto de fuerza, por sutiles, magníficos o prepotentes que sean los argumentos que los sostienen o fundamentan.

SOL QUINTANILLA FLORES

Psicóloga Transpersonal, Profesora de Lenguaje y Comunicación,

Diplomada en Psicología Clínica

Diplomada en Psicología Transpersonal y Técnicas de Terapia Gestalt

Maestría en Psicología Jungiana, otorgada por la Escuela de Psicología de Buenos Aires y formación como Terapeuta Transpersonal en la misma Escuela.

Meditadora, con formación en la Oneness University de la India.

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